Romper a reír

Algo le incoe, le molesta por dentro. Un dolor extraño le presiona en el pecho. Compungido, deja escapar un leve sonido un tanto amargo que suele ir acompañado de hipidos, que se acentúan al hablar. Frases que, por cierto, no llegan a finalizar del todo bien, volviendo a ese lastimero sonido anterior a todo volumen. Unas lágrimas recorren sus mejillas y van a dar a un pañuelo, a nuestra mano, a la manga del chaleco o al hombro de alguien querido.

Seguro que usted ha tenido esa sensación. Por múltiples motivos: lo mismo por un fracaso laboral, que por un accidente, un abandono sentimental, una despedida o por el inesperado fallecimiento de un allegado. Se siente desgraciado; y busca en esos momentos apoyo moral consolándose incluso en la idea de que su desdicha es compartida y hay quien pasa por eso e incluso males mayores. Le desborda.

Para el desahogo del Ser Humano, la única válvula de escape en ese momento es el plañido: romper a llorar.

Después de muchas horas haciéndolo, completamente tenso, te quedas con todos los músculos relajados; el cuerpo en relax y la pena por dentro, la misma que al inicio pero algo más débil.
Cenas poco ( o mucho, para intentar llenar esa sensación de vacío interior), una ducha, un ibuprofeno y a la cama que mañana será otro día.

Todo el mundo ve esta reacción como algo normal, habitual, de nuestro día a día: hay que vivir con ello, que le vamos a hacer.

Pero: ¿Se han parado a pensar qué hacer cuando la felicidad es plena? Si, cuando es tan grande como el dolor que describía al principio y que sólo podemos expresar llorando...

Hoy lo he descubierto al fin. Y, aún a riesgo de parecer un loco a ojos de todos aquellos que no lo entienden, me he dado cuenta de que es de las mejores situaciones en las que uno puede vivir, de aquellas que nunca se olvidan. Hoy, por segunda vez (que yo recuerde) he roto a reír.

Si, romper a reír.

Seguramente, en este momento, se empezarán buscar uno de sus momentos más felices para analizarse. Y puede que no coincidan conmigo: darán golpes al aire para celebrarlo,se froten las manos o botes de alegría, y si la cosa tiene presupuesto, hasta descorchen una botella de cava tras agitarla y lancen su contenido al aire.

Quizás no me refiera con momento de felicidad al mismo que usted: no estoy hablando de la celebración de un gol que le da la clasificación a su equipo, que le toque la primitiva o que le hagan un regalo. Me refiero a la felicidad generada tras la realización de un trabajo bien hecho después de semanas e incluso meses de tensión, preparativos y faltas de tiempo.

Hoy he sido feliz. En mitad de una actuación, bailando durante un momento musical, vi a mis padres entre el público y rompí a reír: una carcajada interior que no sonó, pero que se materializó en una gigantesca sonrisa y en una naturalidad extraña en mi intervención, incluso para mi.

Era feliz, eran ellos felices y les notaba desde veinte metros de distancia que estaban tan contentos como los 250 niños que me estaban mirando. No era sólo el orgullo de ver a su hijo, era felicidad y disfrute, volvían a ser niños y cantaban las mismas canciones que el resto del respetable que no superaba el metro de altura.

Cuando terminé, lo único que quería hacer era darles un abrazo a ellos, para compartir mi alegría, que me desbordaba. Tal es así, que el lunar que llevaba en mi maquillaje se lo llevó tatuado mi madre en su mejilla.

Mañana lo volveré a hacer e intuyo que volveré a tener otro momento igual de bueno.

Hace una semana me dí cuenta de por qué me gustaba tanto el mundillo en el que me muevo, por qué me gusta hacer teatro o animación. Volví a mis orígenes. Esta semana tiré de la cuerda, y me acordé de que, de pequeño, una de mis mayores ilusiones era ser jefe de pista de un circo o, si acaso, mago. Era fan de Los Payasos de la Tele y, todavía hoy, recuerdo diálogos completos de Había una vez un circo.
Quizás esa ilusión de niño volvió a resurgir y fue lo que me hizo que rompiera a reír. No lo sé.

Sólo sé que, después de reír, sentí lo mismo que cuando terminé de llorar hace unos meses y que ahora entiendo por qué un profesor mío, Don Pablo, me dijo hace ahora dos años en una víspera de puente saltada por mis compañeros que, para él, su mayor placer era despertar de un sueño riéndose... ahora lo llego a comprender.

Sé que esto es el colmo, y aunque pueda parecer irónico, termino esto rompiendo levemente a llorar de la emoción de abrir mi corazón para compartir uno de mis mejores momentos. Sería egoísta guardármelo para mí sólo.


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