Don Camilo

Llevo desde el Marzo del año pasado intentando terminarme de leer Don Camilo de Giovanni Guareschi. Los que conozcan el libro, dirán que qué he tenido que hacer para tardar casi un año en terminarlo con lo fino que es. Llamadlo Selectividad, libros de lectura obligatoria y que se me cruzara de por medio El Medico de Noah Gordon.

Para aquellos que no lo conozcan, cuenta las disparatadas historias ocurridas en un pueblo de la Toscana italiana en 1946, plena postguerra, y de los encontronazos entre el alcalde comunista del pueblo, Pepón, y el párroco de la iglesia, Don Camilo; así como los diálogos entre el cura y el Cristo crucificado de su templo, que le reprocha la mayoría de sus brutas acciones en contra de los rojos del pueblo. Digno de leer; muy, muy recomendable y que da cera para todos lados: tanto a la Iglesia como a la política.

Le debo mucho a ese libro. En mi familia significa mucho, muchisimo para mi abuela; que es la que me animó a leerlo. Gracias a él, yo tuve un 7 en el comentario de texto del 2º trimestral del año pasado: teníamos que trabajar sobre un artículo de Ignacio Camacho, Honorables Camaradas, en el que contaba la noticia en el que un grupo de Izquierda Unida salvaba, justo antes de salir para un mitin, las figuras de los Santos de la parroquia del pueblo.

En Trebujena, uno de los pueblos más rojos de España, que vota comunista desde la Transición -el diputado Cabral acompañó a Alberti en las primeras Cortes de la democracia-, las huestes de Izquierda Unida han salvado las imágenes de la parroquia en un incendio. Les pilló el fuego a pie de autobús, porque iban a manifestarse en Sevilla, y en ausencia del cura fue el alcalde Manuel Cárdenas quien se puso al frente del rescate. Al grito de «¡que se queman los santos!» hicieron de costaleros del Cristo de la Misericordia y la Virgen... del Desconsuelo en una improvisada procesión de socorro. La manifestación podía esperar, las llamas no, y el deber cívico tampoco. Puro Guareschi: los Pepponi sacándole a Don Camilo las castañas del fuego. Literalmente.

Hace una semana retomé la lectura y lo estoy terminando. Leyéndolo, hubo un momento en el capítulo Filosofía Campestre que me llamó muchisimo la atención y que me hizo pararme, por unos minutos, a reflexionar.

-No te aflijas, don Camilo -susurró el Cristo-. Sé que es para ti pecado mortal ver que hay hombres que dejan malograrse la gracia de Dios, pues sabes que yo bajé del caballo para recoger una migaja de pan. Pero es preciso perdonarlos porque no lo hacen para ofender a Dios. Ellos buscan afanosamente la justicia sobre la tierra porque no tienen ya fe en la justicia divina y procuran afanosamente los bienes terrenales porque no tienen fe en la recompensa divina. Por eso creen solamente en lo que se toca y se ve y los aviones son para ellos los ángeles infernales de este infierno terrestre que en vano tratan de convertir en paraíso. Es el fruto de la excesiva cultura que conduce a la ignorancia, pues si la cultura no está sostenida por la fe, en un cierto punto el hombre sólo ve la matemática de las cosas. Y la armonía de esta matemática se vuelve su Dios y olvida que es Dios el creador de esa matemática y esa armonía. Pero tu Dios no está hecho de números, don Camilo, y en el cielo de tu Paraíso vuelan los ángeles buenos. El progreso torna el mundo cada vez más pequeño para los hombres: algún día, cuando las máquinas corran a cien millas por minuto, el mundo parecerá a los hombres microscópico y entonces el hombre se hallará como un gorrión en el ápice de un altísimo mástil, asomado sobre el infinito, y en este infinito volverá a encontrar a Dios y la fe en la verdadera vida. Entonces odiará las máquinas que han reducido el mundo a un puñado de números y las destruirá con sus propias manos. Pero aun se necesitará tiempo, don Camilo. Por el momento no temas: tu bicicleta y tu motorcito no corren ningún peligro.
El Cristo sonrió y don Camilo le agradeció por haberlo hecho nacer.


Don Camilo