De cómo no hacerte sentir culpable viendo la televisión




Tengo un amigo que muchas veces me dice “Tío, tú que te enteras de las cosas de televisión antes que los demás: si te enteras de que van a hacer un show de Truman en España o algo así, que sepas que quiero participar y que doy permiso para hacerlo”. De hecho, tengo entendido que sus hermanos lo saben ya.

En España tenemos un gran referente en los realities de cámara oculta: “El show de Cándido”, el primer reality show de LaSexta que tuvo dos temporadas. En él, un hombre anónimo entra en un reality que se rodará en Argentina; pero lo que él no sabe es que todo es falso, todos los que le rodean son actores y que él va a ganar los 60.000 euros de premio simplemente por ser él mismo dentro de en un engaño. Todo buscando situaciones cómicas a través de las pruebas o de las reacciones de los cómplices. Pero en el resto del mundo ya han tenido realities de esta índole, consistiendo uno de los primeros en hacer creer a un grupo de personas que iban a formar parte de un equipo de formación y entrenamiento de astronautas para realizar una expedición hacia la gravedad cero. Lo llamaron “Space Cadets” y lo emitieron en Channel 4 (Reino Unido).

Gracias a un soplo de @Selu_Sosa he llegado a uno de los capítulos del programa de Derren Brown, también de Channel 4. Un hipnotizador organiza diversas superproducciones de cámaras ocultas de varias semana de duración que sólo tienen un objetivo: cambiar para bien la vida del engañado. En este caso, he visto “Derren Brown: Apocalipsis”, en el que hacen creer a un joven Ni-Ni inglés que ha llegado el apocalipsis zombie para que aprenda a valorar a su familia. Tremendo espectáculo televisivo.



Pero, al verlo, una de las primeras frases de Brown explicando al espectador la experiencia fue algo así como: “El participante es mentalmente estable, y ha sido analizado por psicólogos y psiquiatras para asegurar que pueda sobrellevar lo que va a vivir”. Y esa frase, irremediablemente, hizo que recordara el final del cortometraje español de 1996“Te lo mereces” (1996) de Felipe Jiménez Luna; germen de la película de Peter Weir “El Show de Truman”.

Visto todo esto, me hace reflexionar sobre qué nos hace distanciarnos de un igual al verlo en la pantalla. Sí, porque cuando ves un concurso, puedes llegar a querer que el concursante gane porque te identificas con él; pero, ¿Qué hace que pases a aceptar que una persona sufra una situación que tú no querrías sufrir y que, además, disfrutes viéndola?

Creo que en nosotros saltan una serie de resortes, unos mecanismos que ya tenemos aprendidos, unas consignas que, poco a poco, vamos esgrimiendo para seguir viendo algo que nos llama la atención por nuestro espíritu voyeur. Estos son algunos a los que les he podido poner una frase asociada.

1.       “Está ahí porque quiere, nadie le obliga”: El participante está ahí por expreso deseo. En el programa de Derren Brown, el cándido asiste a la convocatoria de casting porque quiere participar; aunque después crea que ha sido eliminado y comience el espectáculo. Casualmente, el programa buscaba su perfil: el programa ya estaba diseñado, por lo que la experiencia no fue diseñada para ayudarle a él expresamente; sino que el show ya existía y sólo necesitaban al perfecto protagonista.

2.       “Es por su bien”: El apocalipsis es creado para que él mejore como persona, Truman Burbank (SPOILER) es adoptado por una sociedad televisiva porque iba a ser abandonado por su madre que no le deseaba (FIN DE SPOILER). Si está el trasfondo moral del beneficio del participante, no nos sentimos culpables: “Hermano Mayor”,  “Supernani”, “Pesadilla en la cocina”… Todo el género televisivo del coaching se vale de esto. Y, además, si después recibe beneficio económico o material por pasar por el trance, todo nos duele menos.

3.       “Es un experimento sociológico”: Mentira. De hecho, esa nomenclatura se dejó de utilizar en España en la tercera edición de “Gran Hermano” si mal no recuerdo. Muy interesante el análisis de la primera edición de GH del libro “Gran Hermano, el precio de la dignidad” de Ardi Beltza, en el que llega a analizar cómo se pasa de la manida nomenclatura “científica” a la de concurso a lo largo de las galas.

4.       “Se puede negar”: Tú, en cualquier momento te puedes negar. Sí… Que se lo pregunten a Stanley Milgram y sus estudios sobre la obediencia y lo que la masa espera de ti (ya hablaremos de él). Uno de los primeros concursos en España donde, ligeramente, se torturaba al concursante fue “El Gran Juego de la Oca”: el concursante se podía negar a ser rapado por El Fleki o a montar un puzzle compartiendo bañera con reptiles, pero en ese momento perdía todo lo acumulado.

5.       “Su familia ha dado consentimiento”: Nos seguimos exculpando, porque los que realmente lo han hecho mal han sido sus familiares que han sido cómplices de la cámara oculta.

6.       “Son actores”: Desde que nacieron los realities en España con "¿Quién sabe dónde?" se esgrime esto. Y hace bien, porque en muchos talkshows llega/llegó a ser verdad (“¡Mírame, tonto!” de Mariola Cubells da cuenta de ello y su experiencia como redactora en estos programas en los noventa). Se pueden grabar reacciones falsas de actores, pero algunas veces puede dar mejor efecto grabar reacciones reales de personas auténticas y editarlas a nuestro antojo: es por ello que, como en un documental de animales, hay guionistas en los programas de encierro que asocian a estereotipos a los concursantes y crean tramas de lo que se graba en una casa para que el espectador en unos días pueda tener una historia con principio – nudo – desenlace.

¿Forma todo esto parte de una crisis de valores global? ¿Todo vale si hay algo que lo justifique? Y ahora, mira a tu alrededor. Levanta tu mirada hacia la esquina en la que se pueda ver prácticamente todo lo que pase en la habitación en la que estés, en la en la que se vea la puerta y el sitio donde ahora estés sentado. Alza tu mirada hasta la esquina de las paredes y el techo. ¿Hay algún agujerito? ¿Y algo que no había ahí? Ten cuidado: el Gran Hermano podría estar vigilándote fuera de tu plató.


La historia de Jota

Son las 2:16 de la mañana, acaba de terminar en jueves lo que comenzó como miércoles de Feria de Abril. Y muchas veces en esta amalgama de risa, baile, alcohol, amistad, riña, tiesura y derroche en forma de caseta y portada iluminada ocurren cosas que te hacen pensar. Momentos que te llevan a sentarte delante del ordenador a escribir cuando menos ganas tienes.


Para aquellos que no sean de Sevilla, ante todo, recomendarles que vengan a vivir nuestras dos semanas grandes: la Semana Santa y la Feria. Créanme, les encantará. Pero en todos estos grandes eventos, siempre hay una cara B; y es aquella de los que están allí para que todo funcione dentro del recinto ferial (el Real de la Feria, como le decimos aquí) y otros lo pasen bien, disfrutando de la compañía de familiares, amigos, conocidos y personas por conocer. Les hablo de servicios públicos, entre otros, como Policía, Bomberos, Protección Civil o Cruz Roja; pero también de servicios privados, con menos turnos y menos horas de sueño: camareros, porteros, cocineros, cantantes y músicos de orquestas y charangas, cantaores, guitarras, cajones flamencos, kioskeros de todo tipo, reponedores de hielo y feriantes, en general. Personas que hacen, de estos días de Abril, un agosto con el que seguir viviendo.

Hace escasamente una hora volvía del Real; más preocupado por el botón que le falta a mi chaqueta (después de enredarse en los flecos de un mantón durante una sevillana) que de los lamparones que el suelo de albero había dejado en el pantalón de mi traje. Y pensando en esto venía cuando, en sentido contrario, un hombre venía con una carretilla vertical llena de bolsas de hielo. Era Jota.

¡Cuánto tiempo sin verle! Fue durante algunos años compañero mío de clase, hijo de padres muy trabajadores que, quizás, no estaba todo lo motivado que debía en aquellos cursos de primaria; y, por no llamar la atención con las notas o su rendimiento, en algunos momentos llegó a estar señalado por el resto de alumnos como “el vago” de la clase. El que repetía y no terminaba de encontrar su sitio; pero que, en realidad, siempre era un trozo de pan. Le tengo mucho cariño.

-        -  ¡Jota! ¡Cómo estás! - le dije, mientras él recolocaba la carretilla y yo le daba un abrazo a su anorak, algo que me indicaba que no era el primer viaje que daba a por hielo-.
-        - ¡Bien, Mariano! ¡Cuánto tiempo! Hacía un par de añitos que no nos veíamos… - me respondió-.
-        - ¿Cómo está tu niño? ¿Tres años tiene ya, no?
-        -  Muy grande, muy grande, dos y medio tiene.
-       -  ¿Qué estás haciendo ahora? ¿Cómo te va? ¿Sigues en Huelva?
-       -  Sigo allí, he venido aquí para estos días. Tengo allí mi vida… ¡Me he convertido en empresario! ¡Tengo mi negocio! – Me dijo con una sonrisa en una cara que denotaba esfuerzo-.
-       -  ¿De qué?
-       -  Tengo un bar. Y ahora estábamos hablando mi mujer y yo si nos quedábamos con una empresa de un tío mío. Macho, hay que tirar pa´lante estando como están las cosas…
-       - Tío, no sabes cuánto me alegro de que todo te vaya tan bien como me dices. Me alegro muchísimo de verte, Jota. Suerte, mucha suerte.

Nos dimos otro abrazo y nos volvimos a separar.

¿Y yo estaba preocupado por un botón? Jota, con mi misma edad, es padre y se desvive para darle a su hijo lo mejor que pueda ofrecerle de lo que gane él en la vida con su esfuerzo diario. Ese es su primordial proyecto de vida desde que nació su retoño.

El que algunos llamaron vago de la clase es alguien que desde los 16 años me calla la boca sin proponérselo cada vez que lo veo de camarero detrás de una barra o cargando bolsas de hielo. Debe dar a todos los niñatos de papá que con él compartieron aula un gran baño de humildad. Con mi edad y sintiéndome frente a él un niño, admiro a todos aquellos que tienen la valentía de aparcar su sueño y dedicar su vida a aquellos que más quieren. De ver en él las responsabilidades, agobios y decisiones que, a diario, mis padres asumen por mí para que yo siga estudiando. De tirar pa´lante estando como están las cosas.

Suerte, mucha suerte. Desde mi más profunda admiración.

Los niños del Messenger

MSN Messenger cierra en menos de dos horas y Hotmail ya se convirtió en Outlook. Su final del servicio llegó después de incontables amenazas que, sólo aquellos que hemos crecido con estos dos hermanos de sangre, hemos sufrido en forma de spam. Skype, que durante años se repartió con él la tarta de las videoconferencias, cubrirá su ausencia en Microsoft.


Recuerdo cuando me abrí Messenger en 2002, con 11 años. Sólo tenía agregada a mi familia, amigos de los campamentos, compañeros de clase e, incluso, a mí mismo. Con todo eso, sumaba más de 140 contactos. ¡Qué barbaridad! Por supuesto, con la tercera parte de ellos no hablé demasiado.

Abrías Windows 98, le dabas un manotazo al botón de encendido del router e iniciabas sesión para intentar poder leer tus nuevos correos electrónicos. Y respondías, charlabas un rato y después te ibas. Al 98 le siguió XP, y con ello aprendimos conceptos como Versión Beta; que si te la instalabas eras el más guay… Hasta que llegó la extensión MSN Plus! que nos ponía códigos de programación de todo tipo para que nuestro nick saliera de colores. Empezamos a almacenar conversaciones (por si en algún momento queríamos recuperarlas), una imagen de avatar empezó a representarnos en la red de redes en la esquinita de la pantalla y los emoticonos personalizables con atajos de teclado hicieron imposible poder leer algo sin que dolieran los ojos. También llegaron juegos, y aunque muchos se dejaban los dedos buscando repuestas para “El duelo de MSN”, pocos sabían que se basaba en el concurso “El Tiempo es Oro”. Y ni falta que hacía saberlo para jugar toda la tarde.

Y un buen día, MSN vio el filón en la moda del blogging creando unas pequeñas webs a las que llamaron MSN Space; donde todos podríamos colgar algunas fotos y contarle al mundo quiénes éramos en un pequeño blog: uno de los precedentes de las redes sociales.
Los niños del Messenger fueron migrando, poco a poco, a Tuenti; y allí todos coincidían en decir “¡Si integraran Tuenti a Messenger sería la leche!”. Hasta que lo hicieron. Messenger perdió usuarios. Algunos nostálgicos los seguíamos usando porque las redes sociales no permitían recuperar las conversaciones. Y Facebook lo integró. Y el chat de Tuenti también. Los peones verdes dejaban de girar mientras que dos reinas azules se los comían.

Dentro de un par de décadas, cuando a algún directivo de televisión se le ocurra recuperar una serie al estilo de lo que hoy es “Cuéntame…” (si es que no lo hace esta porque llegue a narrar hasta el año 2003), saldrá todo esto como elemento de parte de mi generación y de mi infancia; como pudo ser el picú o el comediscos para ellos.

Miro a los niños de 12 y 13 años de ahora y los veo a todos con sus smartphones, muchos con las Blackberries heredadas de sus padres. Me siguen en mi perfil de Twitter, y veo como en sus tweets asoman frases hechas de adultos; frases clonadas de series de televisión y estereotipos que me preocupan: no me gustan los niños que se comportan como si tuvieran mi edad. O, peor aún, los que se creen que tienen mi edad… Y sólo les saco 10 años.

Pero esos 10 años los considero, puede, de los más importantes de una vida que arriesgan y exponen. Me hablaron mucho sobre esto cuando eran menores los peligros y las situaciones en las que mostrarse en la red; pero ahora cualquiera saben dónde viven con una publicación geolocalizada y, sin ningún cuidado, le dicen al pajarito azul cuál es su pin del chat: Tienen cientos de seguidores, de personas que no conocen y que saben en qué colegio estudian. Después nadie sabe por qué pasan las cosas: En mi Messenger sólo entraba yo, y conocía el correo de todo aquel que yo decidía conectarme a él.

Entonemos un réquiem por Messenger y todo lo que muere con él.

Habemus renovarum: la despedida de Ratzinger

Se ha ido el Papa. Adiós a Benedicto XVI. El Santo Padre se ha dejado ya en Anillo de Pedro y la Iglesia busca a su nuevo sucesor.

¡Y de qué manera se ha marchado, oiga! Ratzinger se subió a un helicóptero para comenzar su nueva vida tras el papado; como si fuera un ganador de Gran Hermano al salir de la casa. Igual. Helicoptiri p´arriba, helicoptiri p´abajo; como decía Pepón Nieto en Los Hombres de Paco cuando se enfrentaban a una mafia calabresa inventada por ellos mismos para quedar bien.


Recuerdo como si fuera ayer el Habemus Papam de 2005. Igual que recuerdo mi desilusión cuando escuché el nombre del elegido. Aunque lo conocía tan poco como al resto de cardenales, algo hizo que se me cruzara automáticamente: su edad. Lo veía ya un anciano para la tarea que se le encomendaba, que no sería renovador; y, aunque en ese momento viniera a mi mente la imagen de Juan XIII, algo me hacía pensar que su talante no sería el mismo.

Creo que, de no ser por esta inesperada renuncia, no me habría parado a valorar un poco lo que realmente ha hecho en estos ocho años. No ha sido como con Juan Pablo II que, cuando nací, el pobre ya no podía hacer mucho por su enfermedad; sino que esta vez tendría que haber estado enterado de todo lo que había hecho... y me acordaba de poco. Lo admito: considero a Benedicto XVI un despegado de su tiempo, un Papa centrado en el más estricto racionalismo de la Iglesia. Tuve que hacer memoria. ¿Qué ha hecho aparte de decir que los Reyes Magos eran andaluces y que no existieron ni mula ni buey? ¿Sólo se abrió una cuenta en Twitter? Y vino a mi mente el recuerdo de que este Pontífice fue el primero que aceptó el uso del preservativo para combatir al SIDA. Y, mire por donde, me pareció un buen paso. Eso sí, escándalos como el Vatileaks o las frías relaciones Santa Sede-Irlanda por la convulsa resolución de los casos de pederastia (aunque reclamara a la Iglesia irlandesa que respondieran ante la justicia terrena) han mancillado su paso. Veo muy consecuente y acertada la renuncia debido a su enfermedad y a la situación de la Iglesia como organización.

Y, ahora, con su marcha medio Vaticano está chapado por la falta de Papa: Sede Vacante. Hay un "vacío de poder", quedando todo en manos del Camarlengo, Tarsicio Bertone. Lo siento, pero mi mente no se reprime al imaginarme a un Rouco Varela ataviado con gabardina y bigote de pega haciéndose pasar por turista de los Museos Vaticanos mientras que intenta dar un golpe de estado.

Rouco Varela vuelve a ser papable. Bueno, técnicamente todos somos papables. Y no me agrada esa posibilidad. El nuevo Santo Padre debe ser todo lo contrario: debe ser joven (de físico y espíritu), de mentalidad abierta, que solucione las papeletas que ahora mismo tiene la Iglesia y que se preocupe por los jóvenes más allá de las JMJ. Un Papa de su tiempo, que incluso llevara a un nuevo concilio que hiciera que todo esto evolucionara y aproximaran posturas con el resto de religiones. Un Papa carismático, empático y buen comunicador, tanto como lo fue para su momento Jesús de Nazaret.

En poco tiempo volveremos a mirar a la chimenea de la Capilla Sixtina para ver si el color de la fumata es negra o blanca. Habemus renovarum ¿Renovatio habebimus?

Cambio significa Evolución


¡Madre mía! ¡Cómo está la casa de polvo después de ocho meses sin pasarme por aquí! Me pasé hace un mes, de estas veces de entrar y salir, cuando el pedaleo solidario y hasta me dio miedo entrar.

Ocho meses. No entré ni para encender las velitas por el sexto aniversario en el puente de Todos Los Santos. La verdad es que se hace algo cuesta arriba para volver a escribir, pero el cuerpo me lo pedía. Y creía que era justo, por todo lo que este blog ha significado y por la gente que, cuando me ve, me pregunta qué ha sido de él. No es que no me atreviera a escribir en estos meses, de hecho lo he escrito bastante. Pero después de “Ángela y Jaime” creía que tenía que sentarme a escribir algo  que lo superara.

Estoy haciendo un curso de guión. ¿Tú no eras periodista? Sí pero, estando como están las cosas en la profesión, mejor será que siga formándome en todo lo que me gusta.

¿No se ha dado cuenta de que muchísimas películas son tremendamente parecidas? Para aquellos más profanos en la materia, la mayoría de los guiones tienen una estructura fija, algo que estamos cansados de escuchar en clase de lengua y literatura desde la primaria: Presentación, nudo y desenlace. Dentro de esta estructura, se vuelven a desarrollar pequeñas historias, las secuencias; que no son otra cosa que pequeños conjuntos de presentación-nudo-desenlace compuestos por escenas. Pero, para que la película tenga ritmo y se genere conflicto en el personaje, cada cierto tiempo tiene que pasar algo que le obligue a cambiar forzosamente; un punto de inflexión que le lleva a pasar de lo positivo a lo negativo o viceversa, para así empezar a escalar de nuevo hacia lo que perdió o dejarse llevar hasta los abismos… Y, cuando está allí, volver a cambiar. Cada vez que se produce un gran cambio, comienza un nuevo acto.

El gran momento de la película es cuando se acerca el final, que el protagonista tiene absolutamente todo a su favor. Hasta que algo ocurre en el segundo punto de inflexión y le lleva a tenerlo absolutamente todo en su contra. En ese momento, según la poquita teoría dramatúrgica que conozco, es cuando se produce lo que se conoce como “crisis”.

Ese segundo punto de inflexión, ese cambio de positivo a negativo, ocurrió en mí hace exactamente un año. Una noticia que me destrozó un poquito por dentro el mismo día que más ánimos necesitaba. Y, como protagonista de mi propia película, entré en esa crisis que suponía un nuevo cambio. Ahora, doce meses más tarde, me alegro infinitamente de haber pasado por ese trance, de todo este cambio que necesitaba y que me ha hecho, creo, más fuerte y mejor; y me ha ayudado a conocer aún más a los que me rodean.

Si “Crisis significa cambio”, ahora “Cambio significa evolución”. Me alegra saber que sigo siendo capaz de evolucionar y poder con todo lo que me proponga. Porque entonces perdí algo de la confianza en mí, pero ahora la he doblado en cantidad.

¿Sabe algo? Según lo poquito que sé de la teoría dramática, después de la crisis llega el gran momento: llega el “climax”, el punto culmen. Y creo que cada vez está más cerca.