La historia de Jota

Son las 2:16 de la mañana, acaba de terminar en jueves lo que comenzó como miércoles de Feria de Abril. Y muchas veces en esta amalgama de risa, baile, alcohol, amistad, riña, tiesura y derroche en forma de caseta y portada iluminada ocurren cosas que te hacen pensar. Momentos que te llevan a sentarte delante del ordenador a escribir cuando menos ganas tienes.


Para aquellos que no sean de Sevilla, ante todo, recomendarles que vengan a vivir nuestras dos semanas grandes: la Semana Santa y la Feria. Créanme, les encantará. Pero en todos estos grandes eventos, siempre hay una cara B; y es aquella de los que están allí para que todo funcione dentro del recinto ferial (el Real de la Feria, como le decimos aquí) y otros lo pasen bien, disfrutando de la compañía de familiares, amigos, conocidos y personas por conocer. Les hablo de servicios públicos, entre otros, como Policía, Bomberos, Protección Civil o Cruz Roja; pero también de servicios privados, con menos turnos y menos horas de sueño: camareros, porteros, cocineros, cantantes y músicos de orquestas y charangas, cantaores, guitarras, cajones flamencos, kioskeros de todo tipo, reponedores de hielo y feriantes, en general. Personas que hacen, de estos días de Abril, un agosto con el que seguir viviendo.

Hace escasamente una hora volvía del Real; más preocupado por el botón que le falta a mi chaqueta (después de enredarse en los flecos de un mantón durante una sevillana) que de los lamparones que el suelo de albero había dejado en el pantalón de mi traje. Y pensando en esto venía cuando, en sentido contrario, un hombre venía con una carretilla vertical llena de bolsas de hielo. Era Jota.

¡Cuánto tiempo sin verle! Fue durante algunos años compañero mío de clase, hijo de padres muy trabajadores que, quizás, no estaba todo lo motivado que debía en aquellos cursos de primaria; y, por no llamar la atención con las notas o su rendimiento, en algunos momentos llegó a estar señalado por el resto de alumnos como “el vago” de la clase. El que repetía y no terminaba de encontrar su sitio; pero que, en realidad, siempre era un trozo de pan. Le tengo mucho cariño.

-        -  ¡Jota! ¡Cómo estás! - le dije, mientras él recolocaba la carretilla y yo le daba un abrazo a su anorak, algo que me indicaba que no era el primer viaje que daba a por hielo-.
-        - ¡Bien, Mariano! ¡Cuánto tiempo! Hacía un par de añitos que no nos veíamos… - me respondió-.
-        - ¿Cómo está tu niño? ¿Tres años tiene ya, no?
-        -  Muy grande, muy grande, dos y medio tiene.
-       -  ¿Qué estás haciendo ahora? ¿Cómo te va? ¿Sigues en Huelva?
-       -  Sigo allí, he venido aquí para estos días. Tengo allí mi vida… ¡Me he convertido en empresario! ¡Tengo mi negocio! – Me dijo con una sonrisa en una cara que denotaba esfuerzo-.
-       -  ¿De qué?
-       -  Tengo un bar. Y ahora estábamos hablando mi mujer y yo si nos quedábamos con una empresa de un tío mío. Macho, hay que tirar pa´lante estando como están las cosas…
-       - Tío, no sabes cuánto me alegro de que todo te vaya tan bien como me dices. Me alegro muchísimo de verte, Jota. Suerte, mucha suerte.

Nos dimos otro abrazo y nos volvimos a separar.

¿Y yo estaba preocupado por un botón? Jota, con mi misma edad, es padre y se desvive para darle a su hijo lo mejor que pueda ofrecerle de lo que gane él en la vida con su esfuerzo diario. Ese es su primordial proyecto de vida desde que nació su retoño.

El que algunos llamaron vago de la clase es alguien que desde los 16 años me calla la boca sin proponérselo cada vez que lo veo de camarero detrás de una barra o cargando bolsas de hielo. Debe dar a todos los niñatos de papá que con él compartieron aula un gran baño de humildad. Con mi edad y sintiéndome frente a él un niño, admiro a todos aquellos que tienen la valentía de aparcar su sueño y dedicar su vida a aquellos que más quieren. De ver en él las responsabilidades, agobios y decisiones que, a diario, mis padres asumen por mí para que yo siga estudiando. De tirar pa´lante estando como están las cosas.

Suerte, mucha suerte. Desde mi más profunda admiración.

Los niños del Messenger

MSN Messenger cierra en menos de dos horas y Hotmail ya se convirtió en Outlook. Su final del servicio llegó después de incontables amenazas que, sólo aquellos que hemos crecido con estos dos hermanos de sangre, hemos sufrido en forma de spam. Skype, que durante años se repartió con él la tarta de las videoconferencias, cubrirá su ausencia en Microsoft.


Recuerdo cuando me abrí Messenger en 2002, con 11 años. Sólo tenía agregada a mi familia, amigos de los campamentos, compañeros de clase e, incluso, a mí mismo. Con todo eso, sumaba más de 140 contactos. ¡Qué barbaridad! Por supuesto, con la tercera parte de ellos no hablé demasiado.

Abrías Windows 98, le dabas un manotazo al botón de encendido del router e iniciabas sesión para intentar poder leer tus nuevos correos electrónicos. Y respondías, charlabas un rato y después te ibas. Al 98 le siguió XP, y con ello aprendimos conceptos como Versión Beta; que si te la instalabas eras el más guay… Hasta que llegó la extensión MSN Plus! que nos ponía códigos de programación de todo tipo para que nuestro nick saliera de colores. Empezamos a almacenar conversaciones (por si en algún momento queríamos recuperarlas), una imagen de avatar empezó a representarnos en la red de redes en la esquinita de la pantalla y los emoticonos personalizables con atajos de teclado hicieron imposible poder leer algo sin que dolieran los ojos. También llegaron juegos, y aunque muchos se dejaban los dedos buscando repuestas para “El duelo de MSN”, pocos sabían que se basaba en el concurso “El Tiempo es Oro”. Y ni falta que hacía saberlo para jugar toda la tarde.

Y un buen día, MSN vio el filón en la moda del blogging creando unas pequeñas webs a las que llamaron MSN Space; donde todos podríamos colgar algunas fotos y contarle al mundo quiénes éramos en un pequeño blog: uno de los precedentes de las redes sociales.
Los niños del Messenger fueron migrando, poco a poco, a Tuenti; y allí todos coincidían en decir “¡Si integraran Tuenti a Messenger sería la leche!”. Hasta que lo hicieron. Messenger perdió usuarios. Algunos nostálgicos los seguíamos usando porque las redes sociales no permitían recuperar las conversaciones. Y Facebook lo integró. Y el chat de Tuenti también. Los peones verdes dejaban de girar mientras que dos reinas azules se los comían.

Dentro de un par de décadas, cuando a algún directivo de televisión se le ocurra recuperar una serie al estilo de lo que hoy es “Cuéntame…” (si es que no lo hace esta porque llegue a narrar hasta el año 2003), saldrá todo esto como elemento de parte de mi generación y de mi infancia; como pudo ser el picú o el comediscos para ellos.

Miro a los niños de 12 y 13 años de ahora y los veo a todos con sus smartphones, muchos con las Blackberries heredadas de sus padres. Me siguen en mi perfil de Twitter, y veo como en sus tweets asoman frases hechas de adultos; frases clonadas de series de televisión y estereotipos que me preocupan: no me gustan los niños que se comportan como si tuvieran mi edad. O, peor aún, los que se creen que tienen mi edad… Y sólo les saco 10 años.

Pero esos 10 años los considero, puede, de los más importantes de una vida que arriesgan y exponen. Me hablaron mucho sobre esto cuando eran menores los peligros y las situaciones en las que mostrarse en la red; pero ahora cualquiera saben dónde viven con una publicación geolocalizada y, sin ningún cuidado, le dicen al pajarito azul cuál es su pin del chat: Tienen cientos de seguidores, de personas que no conocen y que saben en qué colegio estudian. Después nadie sabe por qué pasan las cosas: En mi Messenger sólo entraba yo, y conocía el correo de todo aquel que yo decidía conectarme a él.

Entonemos un réquiem por Messenger y todo lo que muere con él.