Twitterlato: @vallesiful


Llevaba bailando en su habitación desde hacía horas. Chúpate esa. Yo sería incapaz.
Pero ella continuaba, seguía, luchaba.

Toda su vida trabajando para conseguir una oportunidad. Sería la primera vez que la evaluaría alguien que no fueran sus profesores; personas que le abrirían la puerta para actuar en el primer ballet de la capital de decir un sí.

La música sonaba. Siempre la misma, una y otra vez. Y seguía.

Esperaba el día con las mismas ansias con las que abrió el sobre con la invitación a la prueba. Sus nervios aumentaban conforme se acercaba, la tensión se notaba cada hora que pasaba. Su sensación constante de pérdida de tiempo le afectó en forma de caída de pelo. Pero no le importaba. Lo iba a conseguir antes o después, y en su primer intento no iba a desfallecer por un pequeño aviso de su cuerpo: no iba dejar que su cabello le diera la razón a lo que durante años le llevaban pidiendo sus pies.

La danza del hada, del Cascanueces de Tchaikovsky, empezó por última vez. Y allí estaba ella, sola frente a una mesa de expertos y rodeada por espejos que hacían visibles todos y cada uno de sus sutiles movimientos. Poco a poco empezó a girar cada vez con más fuerza, y cruzar diagonalmente la sala en primera para acabar con tremenda suavidad frente a un señor con bigote que, con avidez, miraba por encima de la montura de sus gafas.
Estaba pletórica, espléndida. Cada golpe de campanillas era un minúsculo pasito, cada alzamiento de brazos una evidencia más de su valía. Acabó sentada en el parqué con el último golpe de música.

Tras unos segundos se puso en pie. La presidenta del comité fue la primera en tomar la palabra:
- Creo que es de lo mejorcito que me hemos tenido hoy. Si no te parece mal, Paco, creo que tendría que quedarse.
- Sin duda alguna.

Respondió el hombre del bigote, que tomó una pluma y abrió un libro de registro.

- Perfecto. Número 815. ¿Tendría la amabilidad de decirme su nombre, señorita?

No contestó.

- Por favor, su nombre y sus apellidos.

Silencio. El hombre del bigote se quitó las gafas y apoyó las patillas en la comisura de sus labios.

- ¿No me ha oído? Dígame su nombre y sus apellidos.

Con las manos, empezó a hacer gestos. Ante la incomprensión de los jueces, se acercó a la mesa, dispuesta a coger la pluma.

-¡SUELTE! ¡DÉJESE DE TONTERÍAS Y HABLE!

Salí corriendo y tiré de ella para que volviera al centro de la sala.

-Discúlpenla, está muy nerviosa y por eso a reaccionado así.
-¿Quién es usted?
- Soy su hermano. Se llama Ángela Rodriguez, tiene 18 años, vive...
- ¡Salga inmediatamente de aquí!
- Oiga, por favor, déjeme que se lo explique.
- ¡No consiento este desacato! ¡Qué le ocurre! ¡Hable!

Ella miró al hombre del bigote. No podía.

- ¡HABLE!

Cogió aire, abrió la boca y dejó escapar un sonido gutural.
- ¡¡¡OOII UUDA!!!

Cerró los ojos y se abrazó a mí. Empezó a llorar. El hombre del bigote, abrumado por la situación, dejó caer las gafas sobre la mesa.

- Es muda. ¿Está contento? ¿Tiene ya suficiente?
Le dije.

- Disculpe las molestias, señorita. Muchas gracias, ya le llamaremos.

Sumida en su sollozo, lentamente avanzamos hacia la salida y cerramos la puerta; siendo conscientes los dos de que su primera oportunidad no sería aquella: nadie le había tomado el número de teléfono.


Llegan los Twitterlatos


En este post 123 (bonito número, me encanta) os presento la nueva locura de Disparatarium.es: Twitterlatos. Vamos a probar con los relatos cortos.
Pero voy a hacerlo con vuestra ayuda. ¿Cómo? Cada relato empezará con un tweet vuestro. Y a ver qué pasa...


Hazte follower de @Disparatarium en Twitter y, cuando avise de los preparativos para un nuevo twitterlato, manda tu propuesta. Así de simple.